Ollas comunes en Lima ya no cuentan con alimentos para poder preparar la comida para los más pobres

Hoy comerán, pero mañana las madres de las Ollas Comunes deberán salir otra vez a probar suerte. Cuarto Poder presenta la realidad desde que se acabó la ayuda estatal y los precios subieron.

Ollas comunes. Foto: Andina / Video: Cuarto Poder

El hambre ronda a las 2,447 ollas comunes de Lima.

Este es el desesperado llamado de ayuda de las líderes de ollas comunes del sector de Cruz de Mayo de Carapongo, pero el pedido de auxilio se extiende a otros barrios de Lima ante una crisis económica que empieza a golpear con dureza a los más pobres.

Más de 30 presidentas de las ollas comunes de esta zona de Lurigancho aseguran que ya no tienen insumos para cocinar.

De estas ollas comunes dependen personas que viven del día a día y también ancianos que hoy solo pueden ser atendidos con un poco de sopa.

En otro lado de Lima, en Jicamarca, vimos a las madres de las ollas comunes implorar por alimento intentando que les alcance un billete de diez soles. La situación puede ser humillante cuando se reciben migajas. Con la subida de precios los vendedores ya no quieren donar alimentos como antes.

Entre las señoras que recorren los puestos apelando a la generosidad está Adelí Fonseca, una joven madre que tuvo a su hijo en plena pandemia y que ahora solo sueña con que algún día sea un profesional.

En un puesto la comitiva de la olla común compra dos kilos de huesos de pollo por dos soles

Algunos comerciantes del mercado del anexo 22 de Jicamarca al ver nuestra cámara empezaron a colaborar.

Esta mujer les regala algunos pescados y huesos de caballa.

Un generoso caballero compra un paquete de carne y lo obsequia a las felices madres.

La comitiva esta vez consiguió varios kilos de alimentos que les iluminaron el día. Hasta hace una hora no tenían absolutamente nada que cocinar.

La dama que camina con ellas es Irene Chávez, presidenta de las ollas comunes del Perú, la misma que le dijo al presidente Pedro Castillo en su propia cara que ellas no quieren asistencialismo, ni bonos, ni que sus hijos sean obreros baratos, que lo que quieren es una ayuda temporal para salir adelante con su propio esfuerzo.

Esto ocurrió en una mesa de trabajo realizada hace una semana en Palacio de gobierno, con miras a tomar acciones de ayuda para las poblaciones vulnerables.

Irene asegura que los niveles de anemia se han disparado en varias zonas del Perú.

Por su parte, las madres de Jicamarca empiezan a realizar el milagro de cocinar para todo un barrio con las donaciones y otros alimentos que pudieron comprar por unas monedas. El resultado es una sopa que costó mucho más que dinero, una sopa que alcanza para ellas y para los más necesitados de este sector de Jicamarca.

Hoy comerán, pero mañana ellas deberán salir otra vez a probar suerte. Esta es la realidad desde que se acabó la ayuda estatal y los precios subieron.

Pero el hambre también se asoma a distritos como Carabayllo, donde hay ollas como esta que ya no opera por falta de recursos.

Ella es Fortunata Palomino, presidenta de la red de ollas comunes de Lima, una mujer que supo sobrevivir junto a su comunidad cocinando a leña durante los peores meses de la pandemia, que estuvo en la lucha para que las ollas obtuvieran fondos de emergencia y que suele pasar largas horas reclamando a las afueras del congreso ahora que ve acercarse el fantasma del hambre.

Los casi cien millones de soles que el año pasado asignó el presidente Pedro Castillo a las ollas comunes nunca llegaron completos.

Dentro de la desesperanza este jueves último hubo una buena noticia: el congreso aprobó la ley de ollas comunes, un reclamo de mujeres como Fortunata e Irene que garantizará la sostenibilidad y financiamiento para estas organizaciones que, a pesar de estar en el limbo legal, salvaron del hambre a cerca de 300 mil personas en Lima.

Ahora las ollas vuelven a izar las banderas blancas como al inicio de la pandemia, ante la lenta reacción de un poder ejecutivo que viene ofreciendo una ayuda que aún no llega a todos. Hoy este colectivo recibió una donación que hizo posible cocinar una sencilla carapulcra con restos de pollo. ¿Mañana? ¿Quién sabe?

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